Lamentablemente nuevamente nos hemos globalizado a través de la angustia. Las nuevas pestes nos contienen a todos por igual y nos invita a pensar algunas cuestiones acerca de la existencia.
De la existencia de todos, ya que estas enfermedades en su mayoría no discriminan por sexo o condición social.
Es indudable el carácter médico y biológico que se debe aplicar en estos casos para el tratamiento y la enfermedad adquirida. Pero seria demasiado simplistas descartar los efectos psicológicos que produce la aparición de estos síntomas en la sociedad.
De hecho hay muchísima gente que no padece de estas pestes aunque sin embargo se ve obligada a hablar y preocuparse en demasía por ellas.
Lo preocupante es el contagio, el contacto con el otro es lo que puede dañar, el otro es inseguro porque trae enfermedades incluso la muerte.
El otro debe estar lejos, lo mas lejos posible..mejor.
Cada uno revive la desconfianza ante un simple estornudo.
El hogar es el terreno mas seguro, es donde imaginaria mente se puede controlar las distancias con el otro.
Ahora bien ¿quién puede controlar la distancia con el otro? De tal manera de no estar ni distanciado, ni demasiado pegado. Porque, vale el recordatorio que uno es solamente, si hay un otro y sino no es nadie.
Para colmo el otro no es para nada transparente, no se sabe cuales son a ciencia cierta sus reacciones, porque sinceramente ni el mismo la sabe.
No se sabe que trae en el cuerpo, porque el poseedor de dicho cuerpo también tiene sus dudas de lo que trae dentro, quizás traiga alguna peste, una peste de las mas virulentas.
Lo que si es evidente que entre nuestros paradigmas actuales los demás dejaron de ser amigables. La inseguridad los transformó a todos en posibles victimarios. Dejaron de ser vecinos, compadres, dejaron de ser nuestros pares.
Desde la televisión cada día nos enteramos de los precios de los guantes y los barbijos. Desde los medios contamos con asombro los muertos, y los contagiados. Prestamos atención si esta cerca de nuestros países o de nuestros barrios.
Los síntomas paranoicos se agudizan y queremos escondernos de todos, el miedo parece siempre estar presente y queremos escuchar que pasa para calmarnos.
Aunque el hecho latente es que la gripe porcina nos viene a recordar algunas cosas que nuestro aparato psíquico prefiere olvidar...como la finitud de nuestra vida.
Ante esta escena de muerte espontánea y descontextualizada nos sentimos vulnerables, frágiles. Percibimos que la vida en si misma es frágil y día a día nos levantamos sin ninguna garantía de volver a hacerlo.
Creemos falsamente, en la inmoralidad, creemos en el poder del yo, a mi no me va a pasar, el dengue es para los pobres, la fiebre porcina es de los mexicanos.
Pero interiormente habita un profundo miedo a la muerte, la propia y la de los nuestros.
Esta incertidumbre es la que nos funda como lo que somos.
El encierro nos hace menos.
Quizás el pensamiento debiera ser que hay que mejorar la calidad del mundo global, creando nuevas instituciones que los protejan a todos, creando un nuevo paradigma más halla de lo económico.
Un paradigma que resalte los valores éticos y humanísticos de cada región del mundo.
Claro suena difícil, casi irreal.
Es más importante la lógica del mercado internacional.
Ahora bien ¿Cómo se hace para vivir sin pensar en lo que somos?
Cada sujeto es porque tiene semejantes, cada sujeto es porque teme morir, cada sujeto es porque hace historia en un tiempo determinado, cada sujeto es porque pone en escena sus palabras y su deseo.
Se puede existir encerrado, usando barbijos y guantes, desconfiando de todo y temiendo a la muerte.
Se puede existir, pero eso no es ser...
La prevención es necesaria, el miedo inevitable, el pánico te borra
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