Se ha parado el tiempo bajo el techo blanco de una esquina azul de mis ojos,
sin más que la llanura del silencio y el sabor inconforme de la sobriedad me resigno a contemplar a esa sombra que juega en el espejo,
esperando que camine en las paredes,
que corra en el marco de la puerta,
que calle a las dos de la mañana o que grite sobre el cielo sin nombre,
pero hasta que amanezca no habrá de importarme si esa sombra se abriga en mis pupilas...
mientras tanto, a esta aurora roja que apaga voraz a mis pestañas he de darle
a beber el simple tacto de una noche que muerde a las estrellas.
Desgarré la luna para su complacencia y la mía,
fui del viento la pluma inversa que arrebató de
los ocasos el matiz necesario para pintarle emociones.
En su piel es mi boca la sombra dulce
que acaricia la humanidad de sus poros convirtiendo el silencio en la
partitura gloriosa de un encuentro innombrable.
Soy todo para ella siendo más mujer del que siempre he sido,
pero a veces no sé si ella extraña al poeta que una vez
arrancó de su dermis emociones que nunca antes sintió.
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