Ángela Loij (fallecida el 28 de mayo de 1974) fue el último sobreviviente de pura sangre Ona mujer nativa de Tierra del Fuego. Fue estudiado por la antropóloga Anne Chapman . Los Ona fueron diezmados por la pérdida de hábitat y las enfermedades europeas.
Hará un año mañana que Ángela Loij murió. Mañana, un año. Un ciclo solar completo. ¿Y después? Después el espacio sin tiempo. Tiempo sin tiempo de años. A partir de mañana no puedo imaginar. “ Hace un año, hoy…” ella estaba sentada a la mesa, en su casa hecha de madera a la orilla del pueblo, mirando hacia afuera, al viento que azotaba, hacia la playa de cantos rodados, a alguien que pasaba.
“Hace un año hoy…” a eso del mediodía caminaba por la calle, la calle ancha de tierra para hacer sus compras.
“Hace un año, hoy…” la oí llamarme “Anita”, mi nombre en castellano.
Fue la última de su pueblo. La última de un pueblo alto y fuerte. Llevaban largo el pelo. Vestían pieles de animales. Las mujeres recogían bayas púrpuras. Los hombres cazaban con arcos largos. Ellos que cantaron al amanecer rojizo del invierno.
Si yo pudiera ahondar el espacio insondable, quizá podría ver el tiempo. Tiempo en que plañían a sus muertos mientras jugaban con sus niños. Los niños no hacen duelo. El tiempo de la vida nace del tiempo de la muerte. Pero ahora ella y todo su pueblo están más allá del tiempo. Tiempo más allá del choque de las grandes mareas que golpean contra los acantilados de su isla. Tiempo más allá de las noches estrelladas de esa tierra donde América se hunde en el mar polar del sur. Tiempo más allá del estallido original, cuando vapores se solidifican y se transforman en la Tierra. Tiempo más allá de los orígenes de las galaxias conocidas o ignoradas. Tiempo sin existencia, es más allá del tiempo.
Ángela era su nombre en castellano. Ángela, femenino de ángel. El misterio quizá está en el nombre, en el nombrar, en el hablar, en el lenguaje.
Loij era su nombre selk’nam. Era el nombre de su padre. No tenía significado, me dijo. “Es sólo un nombre, un nombre antiguo” El significado se perdió. Pero no la palabra.
Tiempo más allá del antiguo nombre indio – Loij. Tiempo más allá de todo lo que se nombró y se habló, de todo lo que nombramos y hablamos. Hoy, mañana, y un año después. Tiempo cuando asesinamos a su pueblo. Tiempo de codicia y odio, de pías voces detrás de balas de acero que desgarran la carne y desangran el corazón hasta que deja de latir. Tiempo cuando los hombres blancos matan a otros y a sí mismos. Tiempo de terror blanco cuando la poesía tiene que increpar
para ser verdad. Tiempo que avanza envolviendo el espacio de todo lo que es, fue y será.
Tiempo que está en nosotros y más allá de nosotros. Ese tiempo, Ángela Loij y su pueblo lo conocieron. Hará un año mañana que Ángela se transformó En el tiempo más allá, que está en nosotros.
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