Lejos del tiempo entre la nebulosa del pasado y el incierto futuro. Existió, existe, o existirá, un caótico reino cambiante y feroz. En esas tierras en un día atroz, su soberano, entre alucinaciones y desvaríos promulgó una ley inapelable para él, para sus contemporáneos y para sus sucesores.
En rey proclama el siguiente edicto a perpetuidad, el mismo es fundacional y determinará el futuro del pueblo y sus gobernantes.
Primero: Las decisiones inherentes al gobierno serán tomadas teniendo en cuenta el consejo de los asesores reales. El rey en ningún caso tomará solo una decisión de trascendencia para otros o para sí.
Segundo: El asesor Alfa surgirá de la escuela filosófica de los realistas matemáticos, adscriptos a los valores morales inquisidores, puros y críticos.
Tercero: El asesor Beta surgirá de la escuela filosófica de los Utopistas de Eros, emparentados a la realización de deseos primitivos y salvajes, unidos a la filosofía del goce extremo, goce absoluto de sí promoviendo el desconocimiento del otro como sujeto diferente.
Cuarto : El rey deberá escuchar a ambos asesores antes de tomar cualquier decisión final, aunque jamás abalará plenamente a ninguno de sus poderosos consejeros con sus sólidos argumentos.
Muerto el rey otros reyes, los asesores y el pueblo, las cuatro leyes sobrevivieron al paso del tiempo e influenciaron a los venideros ...
Años y años después se puede observar por los pasillos del palacio como ondea entre sombras una esbelta figura, pálida y anoréxica. Una presencia, ejemplificadota y sagas.
El asesor Alfa se mostraba imponente, pintaba el reino con sus agudos pensamientos punitorios. Acusaba los fracasos, ironizaba sobre los utópicos sueños de la plebe. Menospreciaba los logros parciales y fustigaba sobre los defectos corporales.
El asesor Alfa solo caminaba pero hasta su andar transfería sus acusaciones permanentes y su mirada oscura de los seres.
Enfrentado a él como en un eterno duelo sin final, sin ganadores ni perdedores pasaba el asesor Beta cargado de pasiones y deseos primitivos. Cargado de sueños absurdos que desestimaban la realidad la ciencia y la razón. Desenfrenado amante de todo, de todas y de los otros. Consumidor desbordado de alimentos bebidas y objetos. Enamorado de la experiencia sin fin, experimentar por experimentar, sin aprendizaje, solo sensaciones, solo eso.
Ambas figuras hacían temblar los pisos, se emparejaban por el pasillo real caminaban ausentes, viajaban por sus extremos pensamientos ensimismados, sin mirar el uno al otro, pero consiente del presencia de su rival. Sin prisa se acercaban al rey , la plebe congelada y temerosa los veía pasar , el rey yacía en su trono al final del pasillo. El rey esclavo de sus apasionados asesores debía volver a mediar, para amar, para continuar, mediar para existir y garantizar la existencia de su pueblo. El rey esclavo se levanto y la conversación comenzó ...
Esta metáfora del rey esclavo nos orienta para pensar los destino de nuestro yo.
Nuestro yo no es nuestra única lengua. Cada uno de nosotros estamos atravesados por tres lengua, el yo el ello y el superyo. Cada vez que el yo quiera realizar una acción deberá escuchar su conciencia moral y también los impulsos de su deseo.
Porgue es sabido que aquél que solo escuche su conciencia moral lastimará a los otros como a sí mismo, llegando a la autodestrucción y la locura.
Pero también es sabido que, aquél que este únicamente preocupado por su goce, puede llegar a desconocer la realidad y las necesidades del otro, transformándose en un sujeto peligroso lejos del límite y seca de todo exceso.
En medio de este paisaje debemos pensar que nuestro yo tiene una tremenda función, la búsqueda de la satisfacción. Una búsqueda que se realizará escuchando a sus dos asesores reales, una búsqueda imposible de no realizar ya que los deseos son guía de la existencia, sin deseos no hay vida alguna. Por lo tanto el yo deberá limitar su narcisismo, reconocer a sus seres queridos buscar el amor y procurar su realización. Aunque este yo o cualquiera que ande por ahí parezca importante usted ya sabe cual es su condición, un mero esclavo que purga su condena entre la moral y el deseo.
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